sábado, 5 de diciembre de 2009

Quito



Ahora que estas a la distancia, entiendo el miedo del desterrado
ahora que te imagino a la distancia y te sueño de verdes montañas
difícil se le hace a mi piel no sentir el viento helado.
imposible es no oler tu rocío en quicuyo verde en las mañanas.

miro tu reflejo en las piedras mojadas y al sonar de un requinto
aún retumban dentro mío tus campanas.
con el brillo del amanecer ese ruido de las ramas de los eucaliptos
y el croar de las ranas en invierno, y la lluvia sonora, apabullante, total.
te extraño Quito, pueblito de sombras, de lágrimas y brillos
pueblito de soles y amores
pueblito de casas viejas e historias impagables.

jueves, 3 de diciembre de 2009

L D U


Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.

Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.

Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.

Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quein sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.

Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.

Eduardo Galeano.

Hoy, a mucha distancia y bajo varias prendas tengo puesta mi camiseta, la única que me arropa.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Diario Malí



Se me hace urgente, tengo la necesidad de compartir esta maravilla. Esta es una de las cosas por las que sé que no puedo entender la vida sin la música y que cada vez que encuentro algo así siento que más queda por descubrir.
Hoy diría que así estoy por dentro: